martes, 4 de agosto de 2009

Del monólogo al delirio.


Monologando.






El monólogo puede ocurrir en campos varios: en el sueño, en el insomnio, en la vigilia. Casi siempre es un intento de encontrarse, de hablar consigo mismo, con los ojos abiertos o cerrados, con los labios inmóviles o mordiendo un proyecto de palabra. Transcurre a veces por un laberinto y se pierde en insólitos desvíos.




El monólogo es más caotico cuanto más sale del instante, especialmente cuando se inflitra en el pasado buscando raíces, motivos, semillas de una angustia. Trepa por el muro de la soledad y no convoca a nadie, porque si lo hiciera sería apenas un diálogo. Los cataclismos espirituales vibran, pretenden empujarnos al abismo de los fracasos. El monólogo abre entonces los grifos de la duda, oscila entre la dicha y la penuria y querría consultar el versado corazón. Pero no le está permitido.




Monologamos desde que nacemos, pero en ciertos deliberados intervalos guardamos el soliloquio en el cofre de la fantasía y lo cerramos con candado.




En el monólogo hay árboles, hay pájaros, pezones teñidos como campanas, arrimos a la intuición, hallazgos de la conciencia.




Sin ir más lejos, monologamos para saber, de entre todas las mujeres del entorno, cuál será por fin la que amaremos, y cuándo y dónde nos encontraremos con el monólogo de su cuerpo a la espera.




Mario Benedetti, Uruguay.




P.D. ¿Cuál de todos mis amores llevará las flores para mi funeral? JMS.




No hay más qué agregar.




Fz., en Querétaro, en agosto; chino y fumando.

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