"-A todo se acostumbra uno, menos a no comer...
-Sí, y dicen que la costumbre es más fuerte que el amor."
Somos seres de costumbres.
Nos gusta pasar por aquel parque de la primera vez, caminar bajo la lluvia como aquella noche, dormir siempre en la misma casa, comprar el diario en el mismo kiosko, leer siempre el mismo poema, sintonizar la misma estación de radio, ir por la calle pensando en lo mismo.
Hay quien va todos los domingos por la mañana al mismo café y pide lo mismo de siempre para desayunar, acompañado siempre por lo mismo y de preferencia, atendido por la misma mesera.
Otros van todos los fines de semana, a la misma hora al mismo salón de baile y piden siempre la misma canción.
Hay desconocidos que dejan de ser ajenos por la costumbre de encontrase siempre simultáneos los mismos días y a la misma hora.
Muchos acostumbran tomar un trago por costumbre, o por costumbre prender un cigarrillo.
Unos pocos desadaptados acostumbran estar a solas y pensar en la muerte, o de cuando en cuando escribir sus ensoñaciones matutinas.
Algunos acostumbran enamorarse y amar. Otros acostumbran casarse, muchos acostumbran llorar. Antes todos acostumbraban tener hijos, ahora se ha ido perdiendo la costumbre.
Unas personas acostumbran acudir a tal o cual remedio casero cuando se sienten mal. Otros -creo que pocos de verdad convencidos- acostumbran hablar con Dios. Casi nadie acostumbra hablar con el Diablo.
Dios acostumbra hacer oídos sordos a las súplicas de la gente buena. La gente mala acostumbra tener mejor suerte que la gente buena.
La vida acostumbra pasarnos factura, darnos ticket con el costo de nuestras acciones y uno pocas veces acostumbra dejar propina cuando paga esa factura. Uno suele ser tacaño con uno mismo.
Las costumbres de mis abuelos empiezan a estar cada vez más en desuso y probablemente algún día, yo me acostumbre a contarles a mis hijos -si es que los llego a tener (puesto que ahora se acostumbra tener un "proyecto de vida" generalmente de una forma poco debida)- las costumbres de mis padres.
Hoy en día, uno tiene que acostumbrarse a que todo puede pasar en este mundo: los noticieros acostumbran darle mayor importancia a los políticos o los viajes espaciales que a la gente que no tiene trabajo o a aquellos que padecen la sequía en la sierra queretana. Parece que se acostumbraron a que lo importante es mantener el raiting.
A lo que no me acostumbro yo, he de confesar, es a la idea del adiós. Uno no se acostumbra por ejemplo a la muerte (y pensar que es tan antigua como la vida); uno tendría que estar acostumbrado.
Uno no se acostumbra al sufrimiento: se puede acostumbrar al dolor e incluso sacar provecho de él, pero al sufrimiento uno le sacatea más.
Uno aprendió a desear en la ausencia pero la bendita ausencia tiene la costumbre no abandonarnos.
En ocasiones uno se enamora por costumbre y también por costumbre se resigna a hacer el amor de la forma acostumbrada.
A propósito de costumbres, ¿de dónde me vino a mí esta costumbre por estar despierto y escribir a las tres de la mañana? Debería acostumbrarme a dormir a la hora que lo hace la mayoría de la gente.
Fz., en la conversación con uno mismo el lunes 31 de agosto, del 2009 a a las tres de la mañana. En casa de mis padres, en Corta.
* O de-azucena, o de-rosa, o de-jazmín, o de-gardenia, o de la flor que cada uno prefiera.