lunes, 31 de agosto de 2009

De - lirio *


"-A todo se acostumbra uno, menos a no comer...

-Sí, y dicen que la costumbre es más fuerte que el amor."


Somos seres de costumbres.


Nos gusta pasar por aquel parque de la primera vez, caminar bajo la lluvia como aquella noche, dormir siempre en la misma casa, comprar el diario en el mismo kiosko, leer siempre el mismo poema, sintonizar la misma estación de radio, ir por la calle pensando en lo mismo.


Hay quien va todos los domingos por la mañana al mismo café y pide lo mismo de siempre para desayunar, acompañado siempre por lo mismo y de preferencia, atendido por la misma mesera.


Otros van todos los fines de semana, a la misma hora al mismo salón de baile y piden siempre la misma canción.


Hay desconocidos que dejan de ser ajenos por la costumbre de encontrase siempre simultáneos los mismos días y a la misma hora.


Muchos acostumbran tomar un trago por costumbre, o por costumbre prender un cigarrillo.


Unos pocos desadaptados acostumbran estar a solas y pensar en la muerte, o de cuando en cuando escribir sus ensoñaciones matutinas.


Algunos acostumbran enamorarse y amar. Otros acostumbran casarse, muchos acostumbran llorar. Antes todos acostumbraban tener hijos, ahora se ha ido perdiendo la costumbre.



Unas personas acostumbran acudir a tal o cual remedio casero cuando se sienten mal. Otros -creo que pocos de verdad convencidos- acostumbran hablar con Dios. Casi nadie acostumbra hablar con el Diablo.


Dios acostumbra hacer oídos sordos a las súplicas de la gente buena. La gente mala acostumbra tener mejor suerte que la gente buena.


La vida acostumbra pasarnos factura, darnos ticket con el costo de nuestras acciones y uno pocas veces acostumbra dejar propina cuando paga esa factura. Uno suele ser tacaño con uno mismo.


Las costumbres de mis abuelos empiezan a estar cada vez más en desuso y probablemente algún día, yo me acostumbre a contarles a mis hijos -si es que los llego a tener (puesto que ahora se acostumbra tener un "proyecto de vida" generalmente de una forma poco debida)- las costumbres de mis padres.


Hoy en día, uno tiene que acostumbrarse a que todo puede pasar en este mundo: los noticieros acostumbran darle mayor importancia a los políticos o los viajes espaciales que a la gente que no tiene trabajo o a aquellos que padecen la sequía en la sierra queretana. Parece que se acostumbraron a que lo importante es mantener el raiting.


A lo que no me acostumbro yo, he de confesar, es a la idea del adiós. Uno no se acostumbra por ejemplo a la muerte (y pensar que es tan antigua como la vida); uno tendría que estar acostumbrado.


Uno no se acostumbra al sufrimiento: se puede acostumbrar al dolor e incluso sacar provecho de él, pero al sufrimiento uno le sacatea más.


Uno aprendió a desear en la ausencia pero la bendita ausencia tiene la costumbre no abandonarnos.


En ocasiones uno se enamora por costumbre y también por costumbre se resigna a hacer el amor de la forma acostumbrada.


A propósito de costumbres, ¿de dónde me vino a mí esta costumbre por estar despierto y escribir a las tres de la mañana? Debería acostumbrarme a dormir a la hora que lo hace la mayoría de la gente.




Fz., en la conversación con uno mismo el lunes 31 de agosto, del 2009 a a las tres de la mañana. En casa de mis padres, en Corta.
* O de-azucena, o de-rosa, o de-jazmín, o de-gardenia, o de la flor que cada uno prefiera.



miércoles, 26 de agosto de 2009

Hola y adiós: querer y dejar de querer.


Lo contrario de querer no es el odio, es el olvido, digo yo.


"Asúmelo como es o sé Polite y mándalo a la chingada..."


Sí... pero hay que mandarlos a la chingada de una forma, dijo Oso, que te agradezcan que los mandaste a la verga.


Cuando uno decide vivir con alguien cree que las cosas irán bien (sean hombres, mujeres o mascotas), uno no se detiene a pensar en que nuestra vieja no siempre estará de humor para hacer el amor, prepararnos un café o lavar nuestra ropa interior. No siempre querrá ver el fútbol o aguantar a nuestros amigos borrachos.


Aquel que quería vivir con nosotros tal vez no es tan limpio, tal vez deja sus pelos en la ducha, no lava los trastes cuando cocina o tal vez, ni siquiera esté ahí cuando lo necesitamos, es más, quizá ni siquiera cumpla lo que prometió - por decisión propia, puesto que nadie le obligó a decir cosas y empeñar su palabra-.


Cuando uno dice que ama a alguien, que lo quiere con todo su corazon, con todo su entendimiento, con toda su alma, con todo su hipotálamo, imagina que será así para siempre. Que nunca, jamás en el resto de la vida, la llama se apagará, que habrá de estar dispuesto a dar todo de sí y que la otra persona corresponderá en forma recíproca y hasta simétrica.


Uno cree en el amor como en una lámpara de inagotable aceite, uno es iluso y juega a hacer eterna la felicidad, como si la felicidad pudiera comprarse por recargas como el saldo telefónico. Uno debe vivir como si fuera eterno dicen algunos porque el pasado, el futuro y el presente tienen que ir siempre juntos, de la mano, como enamorados porque no se puede desprender uno de otro. Uno es atemporal.


Entonces cuando pasa lo que decía al principio, cuando las cosas no funcionan bien, cuando se nos salen del huacal, cuando se nos revelan, cuando uno se da cuenta de que tal vez el deseo no está en esa persona que uno creía casi casi de otro planeta, de otra galaxia, única, irrepetible, fantástica y eterna. Cuando uno cae en cuenta de que a veces es jodido estar con él o con ella, que no es lo que esperaba no sabe qué hacer.


Ya luego entiende uno que las palabras no están atadas a un solo significante y que aún puede amar, asombrarse, jugar a volar (sólo que ya está advertido, ya lo vivió y entonces intenta disfrurtarlo más), que aún puede sentir y hacer sentir.


Yo por ejemplo, volveré al Altiplano y lo disfrutaré, iré con la mejor compañía que pude haber pedido. He vuelto a conmoverme con las cosas sencillas, he vuelto a escribir, a gozar, a sentir. Las palabras no están atadas a un solo significante y las canciones no siempre nos remiten a la misma persona, como con los libros : es uno el que cambia, el que mira la Luna desde otra ventana y con otro clima.


Pero esto no es fácil, uno tiene que sufrir a veces, vivir casi siempre. En algunos casos abandona sus sueños, deja de lado lo que aparentemente quiere por hacer lo que supone desea, se emborracha o fuma o hace el amor sin sentir, o se duerm sin sueño.


Luego, como en cualquier situación, la vida pasa factura y uno no tiene más que asumir y hacerse responsable. Hoy puedo decir: hasta ahora ha valido la pena.


Durante los pocos o los muchos años de nuestra vida, nos vamos despidiendo de cosas y de nombres.


Mario Benedetti, Uruguay.



Del adiós.

No se dice.

Acude a nuestros ojos,a nuestras manos, tiembla, se resiste.

Dices que esperas -te esperas- desde entonces,y sabes que el adiós es inútil y triste.


Jaime Sabines, México.
Fz, en Qro., con ganas de viajar y aprender. Agosto 26, 2009. Un cuanto tanto lejos de casa.

sábado, 22 de agosto de 2009

De una plática mañanera...


Hoy... como a eso de las dos de la mañana platicaba con una amiga que dice que soy buen lector (yo creo que ella es buena escritora) y me hacía reclamos por a veces desaparecer, como alguna vez me lo reclamó Alejandra y..."mover todo a todo el mundo conmigo"; nos acostumbras, decía y luego... sólo te vas. El reclamo de mi amiga era puntual y directo:
cuando mas tengo ganas de encontrarte y hablar contigo parece que tienes síndrome premenstrual


Empezamos a hablar, entre otras cosas de lo que ella quiere, de lo que está buscando. A sus 27 años aún se pregunta a veces qué quiere. Tal vez a esa edad, o a todas las edades uno debería tener claro lo que quiere. Recuerdo que hará un par de semanas, una chica se sorprendía de que a sus 30 años un amigo estuviera en la Facultad. Este amigo habla poco pero hace mucho y era notorio que se estremeció un poco -o tal vez mucho, uno nunca sabe lo que el otro siente- y titubeó con la mirada de mi amiga. Noté que suspiró como diciendo "sí... ya sé todo lo que esto implica".


El punto es que cuando yo le dije a Cosmogénesis, como desde ahora llamaré a esta chica con la que hablaba, que si ella tenía claro lo que esperaba de los demás, de lo que ella esperaba en términos generales, ella sabía exactamente lo que quería.


Cosmogénesis es una chica de ideas claras y palabras precisas y me dijo "lo que yo necesito es un hombre, pues no creo ser lesbiana". A continuación les paso parte de la conversación que tuvimos... espero les guste o al menos, les entretenga.



Franzisco dice:
entonces tu requisición es sencilla
Franzisco dice:
simple
cosmogénesis dice:
no dije que acabara ahi
Franzisco dice:
ah...
Franzisco dice:
ok
cosmogénesis dice:
un hombre
Franzisco dice:
ajam... te leo, continúa por favor
cosmogénesis dice:
abierto a enamorarse
cosmogénesis dice:
creativo
cosmogénesis dice:
caliente
cosmogénesis dice:
con tiempo para una relacion, no que todo sea trabajar, trabajar, trabajar
cosmogénesis dice:
un hombre que sepa establecer limites con un buen nivel de voz
cosmogénesis dice:
no peleando o siendo indirecto
cosmogénesis dice:
una buena verga que dure cogiendome buen rato
cosmogénesis dice:
un buen besador
cosmogénesis dice:
no celoso
cosmogénesis dice:
no machista
cosmogénesis dice:
no vale verga
cosmogénesis dice:
alguien que si le digo "me acaban de diagnosticar diabetes" sea capaz de llamarme o verme para abrazarme y mentirme diciendo que todo estara bien
cosmogénesis dice:
humanista y que le gusten los animales
cosmogénesis dice:
jajaja
cosmogénesis dice:
ah claro qe le guste la lectura

Eso es lo que quiere ella en este momento y ustedes... ¿tienen con la misma claridad lo que quieren? ¿Nunca les ha pasado que el amor llega, los toma, los hace suyos y no hallan nada de lo que querían pero son felices? En fin... me gustó que Cosmo pudiera mirarse y decirse qué es lo que ella quiere. Lo tiene claro, espero que lo consiga.

Que tengan una buena tarde.


Fz., en casa de Corta, por el 19 de febrero del 2009.

martes, 11 de agosto de 2009

De las limosnas.


En este homenaje a mis otros en Querétaro se me ocurre pensar en aquella canción de Perales que hablaba de un pastel que se burló de mí tras un cristal.






¡Qué patético es tener lo que uno quiere al alcance de la mano y no poder tocarlo!






¡Qué triste y cuánta frustración de uno al no poder disfrutarlo!






Anoche leía a una tal Alejandra hablar del Deseo, del deseo de Lacan y del Deseo nuestro y decía entre otras cosa, que es distinto al querer. Lo que uno quiere es distinto a lo que de verdad desea.






Los homenajes al prójimo hacen que uno mire fotografías que parece fueron tomadas hace ya mucho tiempo, que recuerde olores, sabores, gustos, caricias, voces, suspiros y que también -por supuesto- se pregunte por lo que vendrá.




Hay a todo esto una ecuación casi inevitablemente seria: las cosas que ocurren, tanto pasadas como futuras, no son sino consecuencia de las decisiones que uno toma. Pocas cosas pasan por azar.




Es cierto que hay cosas, situaciones, momentos que se nos salen de control, se nos escapan de la mano como el agura y ante ellas y con ellas, poco o nada podemos hacer.




Pero la verdad es que la mayoría de las consecuencias de nuestros actos y nuestros no actos nos pasan factura: uno también puede pagar por omisión.




"Uno no sabe que sí sabe el origen de sus conflictos" decía el Manuel Guzmán. Uno se hace el ingenuo -a veces por gusto, otras inconscientemente- y se pregutna porqué y para qué carajo pasan las cosas. ¿De dónde le viene a uno tanta buena o mala suerte?




Ayer abrí una galleta de la suerte -gracias a Dios que existe la globalización (de lo contrario yo no sabría de su existencia ya que son chinas; y porque las galletas son virtuales)- y mi fortuna fue que <> Sí... yo nunca he dudado del amor; tengo dudas acerca de mí y de mi deseo.




La mayoría de los cuestionamientos tienen que ver conmigo mismo: no en afán Franziscocentrista sino más bien en un afán de búsqueda constante por ser mejor, por dejar de ser uno más. A nadie le gusta ser uno más: al menos a mí no.




Fz., en Querétaro echano fresh y agua, en mi cuarto con soledad.


Agosto 11, 2009.

jueves, 6 de agosto de 2009

Contigo aprendí



... se escucha en este cybercafé (porque hace mucho que no estaba en uno que fuera de verdad cybercafé -con su máquina y todo y delIcioso olor al coffe), en Allende, poco antes de llegar a Madero, justo frente a la SAT. Yo, arregladito y toda la cosa, con corbata y camisa de vestir, con el cabello embadurnado de gel y mi libro de Benedetti en la mano (gracias Miriam por darme algo qué leer, me hacía falta).

Se supone que hoy sería un lindo día, que me pondría de chef para mí mismo y todas aquellas personas que por voluntad propia -pero voluntad de verdad, no de ésos que se la pasan cancelándole a uno- quisieran acompañarme en mi casa. Lavé mi ropa, limpié mi cuarto, lo fumigué, lo trapeé, arreglé bonito los cajones, como dice Alma y listo.

Y zas... que nadie se anima y los que se habían animado resultan entre cobardes e informales: y yo que hasta regalitos les tenía. Dulces, chocolates, café, flores, libros, lentes, muéganos, cacahuates, escritos, cigarros y hasta un buen vino si se animaban.

Ni modo, no fue así, pero lo mejor aún es que por azares del destino, estando yo en Costintuyentes con Guerrero no entendí en un primer momento lo que la vida dice. A toro pasado, quedó todo muy claro.

Hoy, en la tarde vendrá gente importante a mi lado, a estar conmigo, a disfrutar de la simultaneidad -nada forzado sino todo natural-, y ahorita me voy a un rancho a comer con mi carnal y su mujer (qué más da si ayer se quejó amargamente de la vida marital, hoy su vida es distinta).

Me encanta cuando hago las cosas por antojo, porque sí y el mundo me da su espaldarazo: Sí... sí voy. Woooooooooooow, ¿qué más quiere uno? Me amargaron el día pero al instante se compuso: como un buen café o buen whisky, al principio me amargó pero luego le encontré el placer y lo dulcecito.

Dice Benedetti a propósito de las costumbres que

La costumbre es la cualidad más simple y sencilla del ser humano y sin embargo no es igual para todos. Cada uno tiene su costumbre y vive con ella, ya sea en la gloria o en el desastre. Los generosos, y en especial los filántropos, tienen la costumbre de ayudar al prójimo. Los tiranos y los déspotas suelen tener la costumbre de toturar, invadir y asesinar.

Hay hábitos que se enfrentan con hábitos y de ese choque suele emanar sangre. En ciertas regiones, < costumbre="">> es el menstruo de las mujeres, pero a nadie se le ocurre llamar costumbre al orgasmo de los hombres.

Todos somos un poco esclavos de nuestras costumbres, porque ellas no nos sueltan, nos diseñan un carácter o adjudican un temple.

La costumbre de amar suele limar el amor, debilitarlo. Hay que amar al margen de cualquier costumbre, improvisadamente. El amor es más seguro cuando nos toma de sorpresa e incluso desorienta a la costumbre. Hay quienes cargan con la costumbre en la valija, pero ¡ay cuando la dejan olvidada en el aeropuerto o en la casa de la amante número dos!

La costumbre de los niños es burlarse de los padres y el hábido de los padres es burlarse de los abuelos. Después de todo, respirar es una buena costumbre y cuando uno la olvida queda en cero.

Casi todos los humanos tienen la triste costumbre de morir. Los que se salvan son los que resucitan (Cristo y otros muchachos), pero en los últimos tiempos no se usa ese recurso. Se llama Resurrección de la Carne a todos los muertos del Juicio Final. Loca costumbre, ¿no? Menos mal que queda a varios kilómetros después del horizonte.


Mario Benedetti, Uruguay.


Dice Pako, por eso hay quien afirma que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Yo lo llamo repetición, somos seres de costumbres y algunas son salvajes, locas, idiotas, perjudiciales. La costumbre más linda que he hallado es la de escribir y compartir con el mundo esto que me pasa.

Fz., en Querétaro, esperando la tarde y lo que vendrá con ella, con olor a café y cigarro.

Agosto 5, del 2009.

martes, 4 de agosto de 2009

Del monólogo al delirio.


Monologando.






El monólogo puede ocurrir en campos varios: en el sueño, en el insomnio, en la vigilia. Casi siempre es un intento de encontrarse, de hablar consigo mismo, con los ojos abiertos o cerrados, con los labios inmóviles o mordiendo un proyecto de palabra. Transcurre a veces por un laberinto y se pierde en insólitos desvíos.




El monólogo es más caotico cuanto más sale del instante, especialmente cuando se inflitra en el pasado buscando raíces, motivos, semillas de una angustia. Trepa por el muro de la soledad y no convoca a nadie, porque si lo hiciera sería apenas un diálogo. Los cataclismos espirituales vibran, pretenden empujarnos al abismo de los fracasos. El monólogo abre entonces los grifos de la duda, oscila entre la dicha y la penuria y querría consultar el versado corazón. Pero no le está permitido.




Monologamos desde que nacemos, pero en ciertos deliberados intervalos guardamos el soliloquio en el cofre de la fantasía y lo cerramos con candado.




En el monólogo hay árboles, hay pájaros, pezones teñidos como campanas, arrimos a la intuición, hallazgos de la conciencia.




Sin ir más lejos, monologamos para saber, de entre todas las mujeres del entorno, cuál será por fin la que amaremos, y cuándo y dónde nos encontraremos con el monólogo de su cuerpo a la espera.




Mario Benedetti, Uruguay.




P.D. ¿Cuál de todos mis amores llevará las flores para mi funeral? JMS.




No hay más qué agregar.




Fz., en Querétaro, en agosto; chino y fumando.

lunes, 3 de agosto de 2009

Hacer las cosas adrede


Ayer recibí como regalo de cumpleaños el último libro que escribió Benedetti y que se publicó el año pasado, es altamente recomendable echarle una hojeada y entretenerse y reírse y enamorarse y suspirar leyéndolo. Definitivamente es uno de los escritores que más me gusta leer, me entretiene, me pone de buenas, me hace reflexionar, me apasiona.

Acá comparto sólo una parte de las muchas que me han gustado hasta la fecha:



Escépticos y optimistas.

Los escépticos y los optimistas se miran siempre de reojo.

Son desconfiados de nacimiento.

Los escépticos se burlan de los demás y de sí mismos. Se aburren de creer y no echan de menos las ausencias.

Los optimistas vencen al tedio y a la fiebre. Aprenden del ayer y no lo borran. Conocen y reconocen que vendrá algo mejor y desde ya preparan la bienvenida.

Los escépticos van y vienen sin nada. Y lo que es peor, sin nadie. Abrazan al pesimismo como único consuelo. Inventan una tristeza sin lágrimas, dura como una mueca.

Los optimistas se entienden con el río y con el cielo que lleva en su corriente. Saben que allí navega la tutela más leal, más respetable, y asumen el alma como agua.

Los escépticos son apenas mendigos, y el tiempo que transcurre les deja su limosna. No logran escapar del viejo laberinto y reciben mensajes que son indescifrables.

Los optimistas en cambio guardan a menudo algo de gloria, que no es siempre la de hoy ni la de antes. Hacen un nudo con las certidumbres y llenan su bolsillo de poesía.

Mario Benedetti, Uruguay.