miércoles, 11 de septiembre de 2013

De la malaria del futbol mexicano en el 2013.




Anoche, terminando el partido de Estados Unidos Vs México me permití discurrir en dos o tres ideas en un ejercicio más que periodístico o editorial, personal. El objetivo, intentar llegar a la sensatez de mis conceptos para transmitirlos de una mejor forma en este nuevo reto que tengo por delante. 

En la vida hay cosas que no se pueden ocultar, acaso se pueden disimular: el dinero y las emociones, por ejemplo.  El futbol es un juego de emociones, de ahí su popularidad. Las emociones son involuntarias, es decir inconscientes. Léase, no se puede estar exento de las consecuencias que ésas emociones producen, incluso como espectador.

Esta noche, la población que sigue el futbol en México no puede disimular su enojo, su rabia, impotencia, tristeza y amargura por lo que sucedió  en Columbus, Ohio. Siempre que la Selección 
Mexicana va a Columbus hay una noche triste. Esté en la portería Campos, el Conejo, Oswaldo o
Corona, esto ya ha pasado.

México viene de una dolorosa derrota en su propia casa, lugar donde tenía el lema del Místico, ¿lo recuerda? Sí, ese luchador de la AAA que decía: “En mi casa y con mi gente, se me respeta”. Sin
embargo,  las selecciones de la CONCACAF le han perdido el respeto a México, lo han zarandeado, lo han humillado. Nunca es lindo que uno sufra derrotas delante de los suyos.

Dice Serrat en una  de sus canciones que los recuerdos suelen contarnos mentiras y sí, la memoria es así, mentirosa, nos engaña, tiene sus propias prioridades y muchas veces se vive en medio de triunfalismos que llevan a la soberbia o desastres que llevan al fatalismo –más en el futbol, y particularmente en el futbol mexicano-. Si la percepción nos engaña, ¿por qué habría de ser distinto con la memoria? Ambos, memoria y percepción,  pertenecen al mismo órgano, visto desde la biología y al mismo aparato psíquico, visto desde la Psicología. Lo que no se elabora, se repite, reza una máxima en Psicoanálisis y creo que puede ser extensiva no sólo dentro de los márgenes que circunscriben a éste. Las derrotas en Columbus parecen no elaborarse: se repiten cada cuatro años en las eliminatorias rumbo al mundial.

¿Qué pasa con la Selección a últimas fechas si hasta hace unos pocos meses nos llenábamos la boca de tener a “los campeones olímpicos”? ¿Qué pasó? ¿Dónde nos perdimos? ¿De qué nos perdimos? ¿Es una maldición por el cabalístico número 13 que acompaña día a día a este año?

Me parece que no.  ¿Será entonces que como decían en la transmisión del partido en Columbus los comentaristas de TV Azteca, que no sabemos ganar? Esto me parece más cercano. Tengo la impresión de que algo pasó en todas las instancias involucradas con la selección nacional: a nivel directivo se  vendió un discurso al cuerpo técnico y que a su vez fue absorbido, tomado por los jugadores dentro de la cancha. Para ser claro, el futbol mexicano se ubicó en una posición de soberbia. “Se le subió”. En mi pueblo decían  el que nunca ha tenido y llega a tener, loco se quiere volver.  Hasta antes de la medalla conseguida en Londres, el discurso y la posición donde el futbolista mexicano parecía sentirse cómodo eran en el del “ya merito”. Durante años, con entrenadores nacionales y extranjeros, el futbol mexicano vivió de esa posición.

Mi argumento que sustenta estos comentarios está  fundamentado en las declaraciones del ahora ex DT nacional, José Manuel de la Torre. Cuando él sale alrededor de las once de la noche a la conferencia de prensa  el viernes y habla de que faltó trabajo, que las cosas no salieron como se esperaba, que esto no es un fracaso y que no renunciará, queda claro que está perdido, que ya no tiene asideros, no tiene más de dónde sujetarse y con él, tampoco lo tienen los jugadores, ni los directivos. El Chepo es sólo el portavoz de un discurso institucional. Si quien está investido de autoridad no tiene humildad siquiera para reconocer que las cosas se hicieron mal, el equipo está perdido.

Cabe mencionar también que, cuando el experto en el grupo y se supone que en futbol, no detalla cuáles fueron esas fallas, también se puede apreciar que no se sabe cuál es el objetivo del combinado nacional. Quizá mi amargura no me permitió apreciarlo, pero yo no escuché que se hablara de cómo fue que se planteó el partido cuando Honduras atacó con dos delanteros.

Tampoco en el transcurso del partido vi un cambio a nivel táctico en el que se transmitiera que se estaba preparado para ello, y se supone que lo contrataron por eso, por ser experto. Yo no escuché que dijera cuál fue el parado ante la ofensiva de Honduras. Y si no está claro cuál es el parado, está claro que se han perdido las bases del juego.

Cosas tan simples –aparentemente- como: si tienes dos delanteros, cambias a línea de cinco, obligas a un contención a cubrir a ese segundo delantero si tanta es la necedad por jugar con línea de cuatro o pones un tercer medio campista para tener copado el centro de la cancha, por citar un ejemplo. César Luis Menotti dice que el 4-4-2, o el 5-3-2 o cualquiera que sea la formación, leída así (con números) no son sino, valga la redundancia, números telefónicos, pero De la Torre no apeló siquiera a esto para “marear” a los periodistas. De la Torre ya no tuvo recursos y tampoco dijo: me equivoqué.

Sí, el trabajo falló, porque no se supo adaptar, no tuvo capacidad de reacción el representativo nacional. Dentro de la cancha no hubo alguien o alguienes, si se me permite la expresión, que asumiera el rol de liderazgo e intentara cohesionar al grupo para que las fallas no terminaran con el balón anidado en la portería de Corona. Por si fuera poco y a título personal, esa fallida atajada de Corona ante el tiro potente y todo -pero atajable- de Carlo Costly, me convocó a aquella parada también de Oswaldo contra Costa Rica, en el propio Azteca bajo el mando del profe Meza. Las consecuencias fueron más o menos las mismas: dos jugadores –Costly y Medford- que tuvieron paso por la liga mexicana, gritando y festejando descamisados el gol en contra de México.  Esa historia ya la vi, cito nuevamente, lo que no se elabora, se repite. ¿Y por qué no se elabora?

En los medios nacionales muchas veces se arguye que la Selección Nacional no se siente cómoda con un rol protagónico como favorito. “México pasa caminando las eliminatorias” se dice y hasta ahora –con detractores y gente a favor- el único que lo ha hecho, ha sido Ricardo Antonio La Volpe. Sí,  con él nuevamente se perdió el cuarto partido en el 2006 con aquella genialidad de Maxi Rodríguez. Pero se perdió porque el futbol vive de eso, de genialidades, de cosas inesperadas, de obras de arte. Eso es lo que hace que el futbol sea tan maravilloso y hay que saber perder, pero también hay que saber ganar y pareciera que más que un aliciente, la medalla olímpica fue una piedra en el zapato, que hasta la fecha, ha traído consecuencias de-sas-tro-zas.

Muchas veces lo nuevo paraliza o da miedo, capaz que es una de éstas. El cuarto partido, otro rubro que no se puede dejar de lado. El medio mexicano parece estar obsesionado con ese quinto partido al que Bulgaria, Alemania, Estados Unidos y dos veces Argentina han impedido al  combinado nacional, llegar; muchas veces más por lo que el Tri dejó de hacer que por las virtudes –como en el caso de Maxi Rodríguez- del rival. ¿México no sabe ganar?

A estas alturas del partido, usted amable lector quizá pueda objetar que no ha sido así con las selecciones sub-17 que han alcanzado la gloria y tocado el cielo tanto en Perú contra Brasil, como en el propio Azteca contra Uruguay. Hace poco alguien cercano a mí me decía, ¿por qué no llevan a Chucho Ramírez a la selección mayor, es un técnico triunfador y con mente positiva?

Para mí esos no son argumentos ya que no es lo mismo dirigir a futbolistas en formación que a futbolistas profesionales pues estos últimos cuentan ya con un palmarés local, internacional, personal y sobre todo mediático; en términos a los que estamos acostumbrados se podría decir que son futbolistas que ya están inflados, crecidos. Al igual que el Chepo el viernes pasado… son jugadores soberbios. Y esta soberbia hace, muchas veces, que se olviden de disfrutar el juego.

Pues la soberbia desencadena en que el rival que más se menosprecia nos saque un susto o nos ponga en predicamentos, tal y como pasa hoy en día, que nos tenga al borde de no ir a la justa mundialista. Es decir, algo ocurre en esa transición entre ser un juvenil y un profesional.

Circunscribimos aquí: México no se siente cómodo como favorito ni sabe ganar como profesional. El jugador mexicano, salvo contadas excepciones se queda en una promesa, una promesa tan seductora  como la del quinto partido en la Copa del Mundo. Mi corazón, lo he dicho abiertamente muchas veces, le pertenece a las Chivas y ahí he visto jugadores como el Bofo Bautista, Alberto Medina, el Gaby García, Sergio Pacheco, el mismo Omar Bravo, ahora Marco Fabián y tantos y tantos otros nombres que han sido grandes promesas y han terminado en cartuchos quemados, todos ellos claro está, mexicanos. En la selección ha ocurrido lo mismo en el pasado reciente: Landín, Ever Guzmán, Villaluz, Santiago Fernández (incluso ya retirado), Pablo Barrera, Efraín Juárez y otros tantos, no han dado el do de pecho.

 Y esto no es exclusivo del plano futbolístico, México es un país que vive de la promesa. Pareciera como si, la idiosincrasia mexicana viviera de la promesa de un salvador, como si viviera de una esperanza mesiánica también en terrenos políticos, económicos y sociales. Y esa sensación se vive ahora mismo en lo que respecta al futbol: que venga alguien y nos salve y nos lleve al mundial. Al final de cuentas, ya veremos si pasamos o no del cuarto partido. Y acá me he permitido hablarlo como algo propio (de nosotros) porque así es como se vive, como algo en lo que todos –aquellos que amamos el futbol en este país- estamos inmersos.

Una vez llegado este momento, para nada novedoso si se tiene memoria, de elegir a la persona idónea –en este caso el Director Técnico del TRI- hay que plantearse cuál es el perfil, qué es lo que la Selección necesita. La selección necesita orden, disciplina –táctica y personalmente-, definir los objetivos y a partir de ahí tener una idea, un concepto de juego. No existe tal: como grupo y futbolísticamente, la Selección es un caos, un desgarriate.

La Volpe le daba disciplina táctica: los jugadores sabían cuál era su función dentro del campo y sabían cómo enfrentar al rival en caso de que éste cambiara el parado. Con Aguirre el equipo era ordenado y en base a ello se intentó ganar, aunque el futbol no fuera tan vistoso como con La Volpe. Con Lapuente y Mejía Barón también. Había una identidad grupal que a su vez daba una personalidad al combinado nacional. El Potro Gutiérrez y Chucho Ramírez supieron disciplinar a chicos menores de 17 años –tal vez por la edad, tal vez por la disposición de éstos- y a su vez supieron “enseñar” cómo había qué jugar. El flaco Tena en su paso por Londres tuvo la capacidad para transmitir una idea, acompañado por Chava Reyes, el Yayo de la Torre y el mismo Chepo, pero el discurso ya no sirvió porque trabajan con humanos y los seres humanos somos impredecibles y lo que en un momento sirve, bajo otras circunstancias no, y no supieron adaptarse a ello: no tuvieron plasticidad, ni táctica ni mentalmente. Y si no, le invito mi querido lector a que buscar en internet declaraciones y notas periodísticas que nos hablan de que la disciplina ahogaba (con razones o no) a los futbolistas mexicanos. El discurso se desgastó.

El diagnóstico está hecho y cualquiera que guste del futbol puede entenderlo. En esta vida hay
pocas cosas nuevas bajo el sol. Los jugadores deben sentirse identificados con la idea de quien dirige desde el banquillo, hacen falta líderes, hace falta alguien que cohesione al grupo –ya sea con éstos o con otros jugadores-, que sea humilde, que vea más allá de lo meramente motivacional, porque hoy en día en el futbol no se triunfa sólo con buenos deseos y muchas ganas, hace falta una estrategia y por supuesto,  que los haga disfrutar  cuando jueguen. El futbolista mexicano está atravesado por una ideología, un discurso y un deseo que le preceden. 

Casi todo apuntaba a que con los chicos que ganaron los mundiales Sub 17 en 2005 y 2011, que el chip de la “mediocridad” había sido extinto y en aquel momento se lanzaron las campanas al vuelo, pero  sólo eran eso: chicos. Sus prioridades eran disfrutar el juego y con ello el éxito, no tenían sobre sus hombros las responsabilidades personales y deportivas de un jugador profesional. Basta recordar aquella imagen que le dio la vuelta al mundo de Julio Gómez con la cabeza cortada y llena de vendas hacer una pirueta en el aire para convertir el gol del triunfo contra Alemania en Torreón.

La adultez y la madurez llegan a intervalos, no son constantes ni llegan por inspiración divina y al jugador mexicano está claro que le cuesta. Algo pasa y ahí los directivos, los dueños de los equipos, los entrenadores, deben hacer algo para que estos chicos no sean sólo promesas de algo grande. Independientemente de esto, hoy  día urge hacer un cambio para obtener resultados distintos, contemplar el duelo no sirve, hay que tomar decisiones y cambiar el rumbo de este barco.

Puede usted estar de acuerdo o no conmigo. Esto es sólo una lectura, un punto de vista desde mi lugar como espectador, psicólogo, amante del futbol y sobre todo, mexicano. Tal vez he sido muy apasionado, pero ante el futbol, no puedo permanecer impávido ni silente.

Francisco Chimal Campos