
La gente tiene la idea de que cuando uno se desenvuelve en un ambiente "psicológicamente sano" estará necesariamente sano, cuerdo, exento de la locura, de los delirios. La gente piensa que por saber de Psicología, por haber estado en análisis, platicar con eruditos de la Facultad, con leer de psicoanálisis uno sabe siempre la decisión correcta, la adecuada, la mejor.
Es normal que digan "ustedes que saben de Psicología... ¿qué opinan acerca de...?"
Pero la edad no nos exime de hacer pendejadas, a lo sumo, nos ayuda a estar advertidos, a saber, a reconocer. Saber de la vida, o de psicología, o del amor, o de las mujeres (o creer saber, mejor dicho, porque a veces el conocimiento es una cuestión de fé) no nos salva de que el día menos pensado esa persona que amamos nos diga otro nombre, o nos diga adiós -en el mejor de los casos-, otras veces tristemente uno se da cuenta de que el amor se ha ido, que se acabó.
Uno entrega el corazón esperando que sea por siempre y para siempre. Siempre habrá cosas lindas, momentos hermosos, pasión desbordada, respirar y beber amor, cree uno. El amor llega y nos toma, nos hace suyos, y no nos damos cuenta. Es una sensación a flor de piel conocida pero ajena, muchas veces.
Claro que cuando el amor llega invitado por uno es un poco menos agradable, cuando uno forza las cosas, cuando uno se obliga a amar, cuando uno ama por soledad, o por autocompasión. Las cosas forzadas generalmente no salen bien: uno acaba por quitarse el zapato que le aprieta.
A mis veinticinco años hay muchas cosas que aún no entiendo, es más, situaciones que aún no acepto, cosas que niego y deniego. Cuando hago las cosas, generalmente es porque así lo quiero, soy radicaloso, dicen por ahí, me rebelo (quizá habría que revelarse más bien y dejar salir lo que de verdad soy) y cuestiono. Hace ya muchos años que no me gustó "salvarme" como dice Benedetti.
Estas noches, sin embargo, me he dejado llevar por lo que <> me presenta y los resultados han sido gratos. Desde un sueño donde yo salvo un abuelo, hasta abrazos inesperados de la gente que quiero, pasando por una fiesta de rancho con algodones y hot cakes recién hechos hasta la visita de gente que hace tiempo no veo o la camaradería de los recuerdos de esa gente que me conoció cuando seguía yo las reglas casi al pie de la letra, cuando acataba todo y guardaba mis emociones.
A mis veinticinco años tengo claro que me gusta el cigarro, las mujeres, el alcohol, la internet, el amor, las películas, las canciones con letras complicadas, los que tienen tufos de literato, los que juegan a sobrevivir a la muerte. Me gusta la gente que sabe disfrutar de cosas sencillas. Me gusta hablar por teléfono, descargar música y ver fútbol. Me gusta la gente que dice lo que piensa (aunque después se arrepienta o caiga en cuenta que la cagó).
Hay pocas cosas que disfruto tanto como comer, coger, cagar, fumar, beber, caminar y trabajar de mesero. "Yo no voy a ser mesero toda la vida" dicen mis compañeros y yo digo "yo sí podría, me gusta mi trabajo, pero también me gusta escribir y me gusta leer". Me gusta escuchar historias y leer historias: creo que soy bastante chismoso.
Me gusta saber de la gente que quiero y quererles aunque no estén aquí. Me basta con que me tengan en su recuerdo, ahí es precisamente donde yo tomo forma, donde yo tengo razón de ser. Me gusta vivir en el recuerdo de la gente, saber que me piensan aunque haya sido un patán o un idiota: me gusta no ser perfecto.
En el sueño que tuve estaban no sé cuántas generaciones de personas, Beto me sacó de él y por unas cuantas horas... quedé en la pendeja. Por cierto... ¿ya salí de ella o todavía lo estoy?
Olvidaba decir, anoche pasé por el IMSS de Celaya, como hace 17 años. No sé porqué me da por escribir en estas fechas. Quizá sea como dice Pedro Guerra... en octubre lo que pasa.
Fz. contento y radiante, esperando por Lalo, en Querétaro.
Septiembre 30, 2009.